JULIO GUZMAN: ENTRE EL HARTAZGO Y LA ESPERANZA
De todos los procesos electorales que recuerdo, hay algunos que me han marcado de manera importante. El de mayor impacto seguramente fue el de 1990. Mi interés por la política siempre ha estado allí desde pequeño pero fue en esa segunda mitad de los años 80’s en medio de inseguridad y desesperanza en que uno toma conciencia de lo importante que es la política en tu vida. El multitudinario mitin en la Plaza San Martín de 1987 contra la estatización de la banca y la irrupción en la política de Mario Vargas Llosa y su prédica liberal, que intentaba cambiar a través del debate el manejo del rumbo económico del país me cautivaron a mí y a un gran sector de la población. El paso a una candidatura presidencial era obvio, no había figuras que encarnaran las propuestas que ofrecía para el país. Creo que no supo interpretar rápidamente la decepción que tenía un mayoritario sector de la población con la clase política y primero la alianza con partidos que ya habían gobernado además de errores propios y una furibunda contra campaña del APRA y la izquierda desencadenaron lo que ya todos saben, su derrota y el nacimiento de un movimiento aventurero que copió su plan en lo económico pero en lo político nos llevó al autoritarismo. No voté en esa elección pues todavía era menor de edad pero participé repartiendo volantes y asistiendo a los mítines. Tiempos de bastante adrenalina y difíciles de olvidar.
Diez años después ya más experimentado se llevaron a cabo elecciones donde la parte económica no era el centro del debate, sino más bien donde se definía nuestro modelo político. Si seguíamos con ese régimen autocrático y que se rebalsaba de corrupción o dábamos un cambio a formas más democráticas. En estas elecciones si bien tenía mis preferencias que recuerdo claramente estaban con el entonces alcalde de Lima Alberto Andrade, mi participación estuvo más del lado de asegurar la transparencia del proceso que se mostraba abiertamente desigual por lo apabullante que se mostraba el régimen al saberse débil. Participé con bantaste entusiasmo en Transparencia y luego como Supervisor Electoral en la Defensoría del Pueblo. Meses después caía el régimen y el 28 de julio del 2001, luego de un periodo de transición, juramentaba un nuevo presidente democráticamente elegido.
Hoy casi 15 años más tarde, mucho más adulto y con menos pelo, soy parte de los casi 23 millones de peruanos que el 10 de abril elegiremos al presidente que nos conducirá al bicentenario. Esta elección aparte del elevado número de candidatos nos trae de nuevo al debate político en dos temas importantes: Primero, el rol del estado, dado el agotamiento del modelo económico y segundo una reforma institucional que nos permita sostener el crecimiento y cerrar las grietas que facilitan el ingreso de la corrupción al aparato estatal, mellando sus estructuras que hacen correr el riesgo de hacerlo colapsar.
Este proceso electoral nos muestra también de manera más fuerte que hay un importante sector de la población que no se siente representado por la actual clase política y que viene buscando alternativas que le garanticen un gobierno eficiente y honrado. Importante en número pero más por su capacidad de influir. Un sector clase-mediero, urbano, joven (18-30 años) profesional y universitario. Se vivió algo parecido de una manera vertiginosa en el 2011 con el ascenso exponencial y veloz de PPK que casi lo lleva a la segunda vuelta en aquella ocasión y que hoy parece identificarse en su mayoría con el candidato del movimiento político Todos por el Perú. Julio Guzmán. Eso si con mucho más anticipación lo cual tiene pro y contras.
Con un inicio de la mano de la tecnología y las redes sociales, el economista de la católica ha ido construyendo una plataforma política moderna, posicionándose como una alternativa nueva, distinta y técnica. Su mayor presencia en los medios los últimos días ha motivado que ya empiece a sentir la brasa de ese “fuego infernal” que es la política real muy lejana del face.
Pero si bien es mérito de Guzmán el haber identificado bien a su bolsón electoral objetivo, también es una muestra de que la clase política no aprendió la lección del 2011. Ninguno intentó trabajar de cerca con ese sector y su poco afán por renovarse hizo que sigan alejados de ellos. Una muestra también cercana es la aceptación que tuvo la candidatura de Enrique Cornejo a la alcaldía de Lima. A pesar de la pesada carga de su militancia aprista, un importante sector de los electores vio en él a un técnico calificado. Cornejo manejó bien su imagen y con más tiempo quizás otro hubiese sido el resultado.
Un artículo escrito por la abogada-periodista Rosa María Palacios sobre Julio Guzmán me animó a escribir este texto no tanto por discrepar ya que concuerdo con varios puntos de lo escrito sino porque me llamó poderosamente la atención la reacción de los seguidores. Algunos bastante intolerantes y desproporcionados pero la gran mayoría firmes y argumentativos. Con ellos me identifico con algo de nostalgia pues en algún momento fui así (como muchos) idealista e incisivo.
Pero la experiencia pesa y si bien todavía hay ideales en el corazón, la razón nos dice que no todo es blanco o negro. Por eso creo que hay razones buenas para creer en esta candidatura y también otras no tan buenas que me generan dudas y que creo también deberían hacer reflexionar a sus seguidores y eventuales votantes.
Comenzando con las buenas creo que Julio Guzmán es uno de los candidatos con mejores credenciales académicas, que no es lo mismo que “el más preparado”. Carlos Boloña, por citar un ejemplo, era casi de su edad cuando asumió la cartera de economía, con las mismas credenciales educativas, investigador y empresario, pero su manejo político dejó mucho que desear. Lo académico no garantiza nada.
Su paso por organismos multilaterales es un plus pues le da una visión globalizada de los procesos pero su discreto paso por el sector público de este gobierno no ayuda a su imagen de gran gestor que nos quieren hacer creer.
Otra virtud que le veo es que es una persona carismática, que transmite bien sus ideas. Se le ve entusiasta aunque a veces parece algo soñador e ingenuo. En política es importante la ambición por el “poder” y Guzmán parece tenerla.
Su defensa de la ley universitaria y el SUNEDU, es un punto a favor. Eso muestra consecuencia y un sentido de continuidad que es importante. Su apuesta por la gente y la generación de talentos también me parece que es importante a considerar.
Lo que si no me gusta es esa visión caudillista del candidato. En su designación no hubo un amago de elecciones primarias. Solo hace campaña para esta elección pero no se ve la mínima intención de hacer un partido de horizonte más amplio. Salvo, eso sí, que tenga un resultado alentador. De lo contrario no lo veo como un hombre capaz de hacer política en “años de reposo”. Si logra colocar congresistas será como PPK, al no haber ideología, sin ninguna ascendencia sobre ellos.
Si bien está subsanando el tema de la orfandad con la incorporación de Daniel Mora y sobre todo de Francisco Sagasti todavía se sigue viendo como un candidato muy solo.
No estoy de acuerdo tampoco con la estrategia de los últimos días de trazar una línea divisoria y algo altanera entre los “dinosaurios” y yo. Si bien eso puede hacernos recordar a González Prada y su atribuida frase de “los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra” también nos puede rememorar a otra más reciente: La de Fujimori y su división entre “partidos tradicionales y la nueva política” y todos sabemos a dónde nos llevó eso. En ese aspecto creo que sus allegados lo pueden asesorar para que matice el discurso.
Algo en lo que Guzmán se parece a la mayoría de candidatos es que promete y no dice que muchas de sus propuestas tienen horizonte de más largo plazo, incluso más allá de un eventual gobierno suyo. Tampoco nos dice, como todos, que el presupuesto de este año ya está aprobado y que muchos de los cambios y su muñeca se verán a partir del 2017.
Finalmente sería bueno también, que en aras de la diferenciación, el candidato aclare sus fuentes de financiamiento y asesoría. Los intereses comprometidos pueden a futuro ser fuente de corrupción y sus fieles y casi fanáticos seguidores no se merecen eso.
Julio Guzmán es producto del descontento, el cansancio y la desilusión de muchos peruanos que al parecer ven en él una dosis de esperanza. Es también producto del tradicional caudillismo que impregna nuestro sistema político. Buscamos soluciones inmediatas a través de “iluminados” cuando está demostrado que lo que el país necesita son instituciones políticas sólidas. Veremos pues si la democracia aguanta otro paliativo por cinco años más. Eso sí una mala elección nos puede llevar a situaciones impredecibles.